Si hay algo que me cuesta más que el abandono es el reemplazo. Palabra fuerte, si las hay. Ser abandonado es desprenderse de un lazo, desajustarse el cinturón, sentirse inseguro. Cuando alguien me abandona me siento huérfana, perdida, sin tierra. Soy yo, entre la neblina, buscando el camino de vuelta a ninguna parte.
En cambio el reemplazo es aun peor. Es un bosque sin neblina, donde claramente veo que no sólo me han dejado a un lado, sino que lo hicieron por un propósito o por una persona. Que me abandonen y se retiren con las manos vacias, bien, podría entenderlo después de un intento de suicidio y cinco años de terapia, pero que me abandonen para irse con otra persona, eso jamás. No voy a poder entenderlo, no pude entenerlo y no lo entiendo, ni quiero. No. El reemplazo es sinónimo de sofocación, de que me puedo morir inmersa en convulsiones sin remedio alguno. No me reemplaces, vos no, jamás.
(Abzurah)
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